domingo, 6 de junio de 2021

FLORES Y AVES

 “¡Qué lindo ese pajarito!” dijo. “Es un tordo,” le respondí. “También le dicen renegrido. Si te fijás bien, con el sol se ven como tonos violetas en el plumaje, medio tornasolado. Ese es macho, la hembra es más amarronada.” Son esas cosas que uno sabe por vivir en un pueblo, donde las aves andan por doquier, no como en la ciudad que las ves solo en las plazas, su refugio del cemento, el tumulto y los ruidos. Pero yo además sé sobre estos emplumados por otro motivo. “No sabía,” me dijo “no sé mucho de pájaros y eso. Se ve que te interesa el tema.” Sonreí. “Sí, es una de esas cosas que aprendí de pibe, cuando pasaba tiempo con mi abuela.” María. Mi abuela se llamaba María, nombre común si los hay. Pero ella no era común. Para nada. Era luz, como todas las abuelas, obvio, pero una luz particular, con un brillo especial, un toque titilante y de un tono anaranjado que emanaba un calorcito que te calentaba el alma hasta en el invierno más frío. Ella fue quien me crío en mi primera infancia prácticamente, pues mi madre trabajaba como docente en tres cargos y mi viejo en dos y además hacía laburos de electricidad y reparación de radio y TV, otra de las habilidades que adquirí, si bien no profesionalmente, por herencia. Por las tardes, mi abuela salía al patio a cuidar las plantas. Era un patio grande, con un montón de flores bonitas y prolijas. Recuerdo que tiraba una manta en el pasto y, con dificultad debido a su problema de cadera que acarreaba desde muy chica, se sentaba a sacar los yuyos, a cortar las hojas secas y darle forma a las plantas con una paciencia envidiable. Yo andaba por ahí, al sol, y me acercaba cada tanto a ver como trabajaba. Mejor dicho, a ver como ociaba, como disfrutaba. Porque eso no era trabajo, eso era placer, era calma, era paz. Trabajo es otra cosa, y mi abuela de eso sabía mucho también. A lo largo de la tarde me iba explicando “esto es un clavel del aire, se agarra a los lugares que puede y crece a pesar de que la raíz esté al aire”; “a esta le saco las hojitas marrones para que las demás crezcan con más fuerza y la planta de flores más bonitas”; “estos son conejitos, se llaman así porque estos pétalos” decía señalándomelos “parecen la boca de un conejito.” Así fui aprendiendo de plantas. Y del mismo modo fui sabiendo sobre los visitantes más comunes del jardín: las aves. Por la mañana mi abuela solía tirarles migas de pan, pan mojado o sobras de algo para alimentarlos. Llegaban palomas, horneros, tordos, chingolos, calandrias, urracas y ocasionalmente algún carpintero. Ella, con paciencia y una sonrisa, me explicaba cuál era cada uno, cómo eran, qué hacían, qué comían, cuáles eran más bravos o territoriales y hasta cómo construían sus nidos. Y los días de mayor aprendizaje eran cuando conectaba los dos temas: qué semillas comía cada ave, qué plantas o árboles preferían, dónde hacían sus nidos. Con el paso del tiempo pasaron dos cosas. La primera fue que fui encontrando en sus palabras enseñanzas escondidas, probablemente no intencionadas, pero que me fueron marcando. La fortaleza del clavel del aire para sobrevivir en cualquier situación, el despegarse de cosas o personas que están marchitando para poder crecer más bello y con más fuerza, los comportamientos de las aves ante un entorno hostil y en constante cambio. Lo otro que pasó fue que fui creciendo, y esas tardes con mi abuela ya no fueron tan comunes, en parte porque mi vieja ya estaba en casa más tiempo y porque yo entraba en la adolescencia y ocupaba mi tiempo en mi propio ocio. Así, de a poco, fui dejando de aprender sobre plantas y aves, y diría que hasta que a veces me costaba diferenciar o conocer algunas especies. Sin embargo, cada tanto, cada vez que veo alguna planta que conozco o alguien hace referencia a alguna o se pregunta cuál ave será esa que picotea el pasto, me viene a la mente el rostro de María, sonriente, lleno de arrugas y marcas de la vida, con esa mirada amorosa y esa voz particular, y enseguida vuelven a mí todos esos datos que me supo legar. Y cuento todo lo que sé, porque si hay algo que me gusta más que hablar, es hablar de esas cosas que me marcaron y que vienen cargadas de buena onda y amor. Y sonrío, porque cuando tenés a alguien a tu alrededor todo el tiempo, cuesta muchísimo menos extrañarle.

jueves, 27 de mayo de 2021

Convivir con uno mismo

Convivir con uno mismo es difícil. Sí, tiene sus cosas bellas, sus ventajas y sus momentos de introspección y autoconocimiento que desembocan en cambios y avances personales. Pero es difícil la convivencia con uno mismo. A veces te levantás para encontrar que el otro no lavó ni acomodó nada de lo que usó para cocinar la noche anterior; otras veces ves que se comió eso que tenías guardado para hoy y que había prometido no tocar; una tarde volvés y ves que invitó a esa persona que dijiste que no querías ver más, pero ahí está, tomando de tu mate y comiéndose tus bizcochitos; vas a buscar plata y notás que falta bastante, seguramente dilapidada en un gasto totalmente innecesario y egoísta; desbloqueás el celular y ves que le mandó un mensaje a esa persona con la que venías manteniendo una buena conversación, mensaje que puede tirar abajo todo; fuiste al baño durante una madrugada de insomnio y, sin hablar pero mirándote directo a los ojos, te hirió de formas que jamás creíste posibles. Pero lo peor es cuando notás que el otro está distinto, distante, que te ve con otros ojos, más crueles y sin empatía, cuando parece que algo se hubiese perdido y de nada sirve intentar hablar porque sabés que no te a va escuchar, que se va a encerrar en sí mismo y que todo va a ser malos tratos. Y vos te quedás ahí, solo, medio roto, pensando que ya no sentís lo mismo que sentías antes, con esa opresión de mierda en el pecho que genera el amor no correspondido.

domingo, 21 de agosto de 2011

La primer estocada

Y caminando llegó hasta el límite fronterizo, y allí se detuvo. Nada le impedía seguir. Sin embargo no podía cruzar. Algo lo retenía, algo que desconocía pero que habitaba en su interior y lo moldeaba, algo que definía sus decisiones. Ese algo ahora le decía que irse era un error, que debía quedarse y enfrentar a ese demonio, que era hora de exorcizarlo. Pero su valor estaba ausente, nunca había sido una persona valiente. Peor aún, se consideraba un cobarde, más cuando se trataba de luchar contra este tipo de enemigos. No era muy versado en el arte de la lucha mano a mano contra este tipo de entidad. Y menos aún en territorio enemigo. La práctica era fácil, la teoría mucho más. Las armas a utilizar ya las había afilado, probado y ya había analizado sus fortalezas y debilidades, tratando de cambiar y fortalecer estas últimas. El plan había sido repasado una y mil veces. Sólo debía encontrar el momento indicado para enfrentar al demonio y lanzar la estocada final, no sin antes luchar y realizar los golpes necesarios para debilitarlo. Pero una vez allí sería distinto, él lo sabía. Pero ya estaba decidido, si no actuaba pronto, no lo haría jamás y tendría que cargar con el peso de no haber enfrentado a ese demonio que desde hacía un tiempo venía amenazando su paz.
Finalmente el día llegó. Una vez cruzada la línea, en el reino del enemigo, el joven guerrero lo enfrentó y lo retó a batalla. El demonio aceptó y decidió no atacar sino recibir el ataque. El ataque del guerrero no fue como tanto había planeado, pero sí lo suficientemente similar como para no tener que improvisar. El demonio no intentó esquivar sus ataques, aunque lanzó algún que otro golpe, pero que la estocada final fue directo al corazón. El demonio miró fijo a los ojos al guerrero, quien a pesar de haber vencido aún no podía refrenar su temor y nerviosismo.
La mirada duró unos segundos que parecieron eternos, hasta que el demonio por fin habló. Lo que dijo dejó al guerrero fuera de sí, a la vez triste y contento. El demonio no murió, pero si se recluyó.
El guerrero espera aún la segunda oportunidad para atacar, ya más seguro de sí mismo, aunque a veces se vea derrotado. Pero lo más importante sucedió: el guerrero enfrentó a su demonio y se liberó. Su alma ahora se encuentra más liviana. Ahora sonríe más seguido. Y espera. Eternamente de ser necesario. Espera.

sábado, 30 de abril de 2011

Sunshower

Primera publicación. La letra del tema Sunshower, de Chris Cornell, que le da el nombre a este humilde Blog.



Sunshower

Dark as roses, fine as sand

Feel your healing and your sting again
I hear you laughing and my soul is saved
On forgotten graves you cry

Crawl like ivy up my spine
Through my nerves and into my eyes
Cuts like anguish
Or recollections of better days gone by

But it's all right
When you're caught in pain
And you feel the rain come down
It's all right
When you find your way
Then you see it disappear
It's all right
Though your garden's grey
I know all your graces
Someday will flower
In the sweet sunshower

Eyes like oceans so far away
A feather trail to a better way
Worried mornings turn into days
Then into worried nights

But it's all right
When you're all in pain
And you feel the rain come down
Oh it's all right
When you find your way
Then you see it disappear
Oh it's all right
Though your garden's grey
I know all your graces
Someday will flower
Oh in the sweet sunshower
Oh in the sweet sunshower
In the sweet sunshower

I know all your graces
Someday will flower
In the sweet sunshower
And it's all right
All you'll be you are today
Are today
It's all right
All you'll be you are today
Are today.........